Redes para la Paz
«¿Quién, sino todos -y cada uno a la vez- podemos crear… el espacio de viento donde toda voz resuene?»
Miquel Martí i Pol
En uno de los interesantes encuentros sobre tecnologías para empoderamiento ciudadano, que cada año celebra la Fundación Cibervoluntarios en la ciudad de Málaga, un joven llamado Jack Dorsey nos hablaba con entusiasmo sobre la red social que había fundado, junto a otros compañeros, hacía tres años. Nos contaba cómo, a través de esta red, podía enviar información en tiempo real, estar en contacto e interactuar con sus amigos, con su madre… a la que ya no tenía que enviar un SMS para decirle dónde estaba o qué hacía en cada momento, porque ella podía verlo en los mensajes de 140 caracteres que él escribía en su perfil.
Aunque Jack Dorsey se empeñaba en mostrarnos las posibilidades que nos ofrecía la red del pájaro azul, no acabábamos de verle la utilidad ni el interés que podía tener compartir lo que estábamos haciendo en cada momento.
A pesar de eso, aquel día la mayoría de los allí presentes nos creamos una cuenta en Twitter.
En realidad, lo que estábamos haciendo era entrar a formar parte de una comunidad virtual, conectándonos con nuestras amistades y familiares, y con personas con las que compartíamos intereses comunes, actividades o conexiones en la vida real. De esta manera, las redes sociales virtuales se aprovechaban de las redes sociales tradicionales ya existentes.
Los seres humanos somos seres sociables que desde siempre hemos tejido redes. Grupos complejos, más o menos estructurados, para interactuar y relacionarnos en torno a alguna cuestión común. Pero no pueden abstraerse de estas relaciones sus fuertes componentes emocionales. Las personas encontramos protección y apoyo (afectivo, social, moral…) en las redes que influyen, sin duda, en nuestro bienestar y en nuestra calidad de vida.
En las redes se presenta nuestra interdependencia vital y colectiva, y nos reconocemos en nuestra fragilidad y vulnerabilidad radical. Además, se genera sentido de unión creando comunidad, donde se respeta el valor y la dignidad de cada persona. Todo esto nos ofrece seguridad porque nos sentimos unidos, arropados, acuerpados y cuidados.
Mi vida, como la de la mayoría de las mujeres andaluzas, está llena de comunidad y de sororidad: de vecinas y de comadres, como bien dice Mar Gallego en su libro sobre feminismo andaluz.
Me he criado en comunidad. Mi vecindario era mi familia. Los hijos e hijas de unas éramos los hijos e hijas de todas. Las vecinas compartían, se apoyaban, ayudaban y acompañaban. Y lo siguen haciendo, se siguen cuidando.
Las redes tienen en la base los cuidados y la importancia de lo colectivo. Lo estamos viendo en la marea de solidaridad ciudadana que ha inundado todo el país, ante la profunda crisis económica y social, provocada por la crisis sanitaria de la COVID-19. Redes de apoyo mutuo que han surgido entre vecinos y vecinas, en el contexto de la pandemia o ya existentes, para que nadie se quede atrás. Y que están cubriendo las necesidades de alimentación, apoyo, atención emocional y cuidados de personas mayores y de las que están situación de vulnerabilidad. Un claro ejemplo de cómo las redes sociales se convierten en redes de cuidados y solidaridad.
Las redes sociales virtuales no sustituyen ni van a sustituir a las presenciales, pero sí pueden ser una importante herramienta de apoyo para personas, colectivos, grupos u organizaciones en determinadas circunstancias y para conseguir objetivos concretos. Ya que permiten la conexión, comunicación e interacción entre personas de cualquier lugar del mundo, y posibilitan la creación de espacios de sociabilidad reforzando el sentido de pertenencia a un grupo o comunidad, y de identidad colectiva con intereses y valores comunes. Pueden ayudar a superar el aislamiento, a deconstruir la imagen del «enemigo» y a romper el muro del miedo. Y crear fuertes vínculos de solidaridad que se traduzcan en apoyo o la movilización en favor de una causa. Pueden ser redes para la paz.
Convencidas de que eso es así, la Fundación Cultura de Paz y la Fundación Cibervoluntarios hemos creado el proyecto «TIC para la Paz” con el objetivo de «que lo esencial deje de ser invisible», impulsando y visibilizando las iniciativas que, a través del uso de las tecnologías de la información y la comunicación, están contribuyendo a la promoción de la justicia social, la defensa de los derechos humanos, la democracia y el desarrollo sostenible, y la prevención y erradicación cualquier tipo de violencia. Construyendo sociedades más justas, equitativas, solidarias, sostenibles y pacíficas.
A pesar del lado oscuro de las actuales redes sociales (bots, trolls, haters, noticias falsas, bulos, odio…), que pueden ponernos en la disyuntiva de «irnos» o «quedarnos» en ellas. Es importante «quedarnos», creando comunidad solidaria, compartiendo información e interactuando en positivo, sumando y proponiendo, cuidando a los/as demás. Contribuyendo a crear redes sociales virtuales de apoyo mutuo que favorezcan la transformación de las culturas de miedo por culturas de paz.
«La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad: sólo la luz puede hacerlo. El odio no puede expulsar al odio: solo el amor puede hacer eso» (Martin Luther King).
Ana Barrero Tiscar