El cuidado invisible acompaña la soledad de las enfermas sin voz
Unos ojos sonríen con mirada de gratitud, cuando una mano enguantada la acaricia y una voz filtrada por la mascarilla le dice: todo va bien, estoy contigo, te voy a cuidar, no estás sola.
Así ha sido la gratitud continuada marcada en la memoria y en ojos empañados con el llanto de ternura al reconocimiento silencioso de esas personas sin voz que dejan su vida confiadamente en manos de expertas sanitarias. La parte femenina puesta en el cuidado, que ejercen en su mayoría mujeres en todos los ámbitos sanitarios.
Comunicación verbal y no verbal para acompañar el cuidado, en esa vulnerabilidad extrema cuando la vida pende de un hilo, la empatía para alejar la soledad, mitigar el miedo, comprender el silencio, romper la barrera que impone el traje de protección, acercarse a las emociones y a los sentidos, escuchar sus silencios, leer sus muecas. Hay tratamientos que se aplican por el oído con palabras de consuelo y música de paz, por los ojos con la mirada de ver, por el tacto con la caricia. Secretos que se guardan en el alma porque falta poesía y palabras para describir la complicidad, el feed back entre el paciente y la cuidadora sanitaria.
La enfermedad es una interrupción de la salud pero no de la vida, y frente a estas experiencias tan vitales, en esta pandemia también se ha sufrido la evidente falta de recursos humanos y materiales, donde el trabajo en equipo y las redes de solidaridad han sido fundamentales.
El valor del cuidado, la aceptación de la vulnerabilidad y la importancia de la salud publica universal son derechos humanos fundamentales que tras esta pandemia se deben abordar como valor primordial del mantenimiento de la vida y la seguridad humana.
Es necesario hacer cambios para “que lo esencial deje de ser invisible”.
Amelia Bella Rando