¿De todo lo visible y lo invisible?
Hay que saber esperar lo inesperado (Heráclito)
Estaba yo en lo nuestro, o eso creía, cuando nos alcanzó en todo lo visible lo invisible. Escribía sobre la Agenda 2030 y de cómo los Objetivos de Desarrollo Sostenible podrían experimentarse a través de algunas propuestas de la última Bienal de Arte de Venecia, cuando de golpe se hizo más urgente que nunca aquél sueño artaudiano en el que las artes tendrían que ser como la peste, como un virus que nos tocara y zarandea. Estaba yo en la paz y en las artes, en que el mundo es mi experiencia, mi representación y sería bueno que también fuera la nuestra, nuestra experiencia, nuestra voluntad, cuando en un instante, yo desprevenido, me alcanzó este convivir sin abrazos, sin roces, sin seres de carne: pero uno no puede quitarse el cuerpo.
Quiero compartir con ustedes una pieza de la sección oficial de la última Bienal de Arte de Venecia 2019, For, in your tongue, I cannot fit (En tu lengua no cabe) de Shilpa Gupta; porque pienso que se vincula de manera radical con la invisibilidad y lo visible, con el archivo y el repertorio (¡Qué lúcida Diana Taylor!)
(Leo:) Gupta construye una sinfonía de voces grabadas que hablan o cantan versos de 100 poetas encarcelados por su trabajo o posición política. Incluye poetas desde el siglo VII hasta el día de hoy. En un espacio tímidamente iluminado, un cuadrado de 100 micrófonos suspendidos del techo están conectados para funcionar como altavoces. Un método que Gupta ha utilizado en varios trabajos para resaltar la discrepancia de poder entre el orador y la audiencia. A cada micrófono le corresponde un verso impreso en papel y atravesado por un objeto punzante. Los poemas esperan ser leídos por una voz y luego repetidos por un coro de voces incorpóreas. Las recitaciones en varios idiomas (incluidos el árabe, el azerí, el inglés, el hindi y el ruso) crean un entorno sonoro que, a su vez, puede incluir y excluir al oyente, según los idiomas que entienda.
Y mientras recuerdo (re-cordo: volver al corazón) la experiencia en Venecia con la obra de Shilpa, no se archivan los sentires, mas bien se recuperan los comportamientos. Buscaba una escucha donde habitaran las palabras poéticas heridas por el sable ¿inservibles? No hay basura en la poesía. Cuando caminaba por ese laberinto de voces, eran los ecos de lo que no escuchaba, los ecos de lo que no comprendía, los que resonaban en mi cuerpo guarida, en mi cuerpo hogar, a modo de evocación-refugio para todas las palabras que no encuentran traductor y pensé: así serán guardadas en la memoria de mi olvido sin posible documento de identidad. Si las heridas fueran siempre curadas y las cicatrices pudieran del todo maquillarse, entonces, ya no nos sería posible la sorpresa de una vida sin forma, esa que cobra con el tiempo carne indefinida y sentí pena por aquellas personas que desprecian lo que fueron y pensé: ser poeta es bueno.
Si estos poemas no fueran liberados de sus pesadas cárceles, los corazones del todo descalzos que deambulan por los caminos que propone Shilpa, acabarían por ser papel traducido, papel cadáver y, sentí aversión, rechazo por los canibalismos especulativos que borran la acción, el humilde gesto y pensé: sería prudente permanecer callado, en el desierto del silencio.
En cada visitante podría alojarse un sonido en la vereda de sus pasos, un andar cubierto de asombro y pienso: habrá que llenarse de sus voces aunque nos cueste la vida. Este cuerpo-nido, inocente, expectante, abierto a la alegría, fue fecundado, del modo más sutil, por esos poemas rescatados por Shilpa.
Todas ellas, palabras que no alcanzamos a comprender, sonar de un misterio horadado por la certera cerbatana de un poeta, voces encarceladas un día y hoy vivas en la transparencia del aire, en la invisibilidad de nuestra escucha, en la callada mirada de unos ojos que en cada parpadeo absorben el sentido de un no te olvido, no me aparto, te sigo y, sentí amor y pensé: este mundo no tiene muros en la geografía de sus paredes.
Desear vivir seguro es lícito, aunque conlleva sus peligros, sus inercias, sus muertes del a poco a poco. Y sentí serenidad y me fui queriendo dejar en cada pared de Venecia un resonar íntimo y pienso, pienso ahora, sin temer que el vigilante me expulse por no cumplir con el horario pactado por la organización, que todos somos intraducibles, que eso también es estar vivos, que ser invisibles puede hacernos menos vulnerables, que ese ansia por ser vistos, el yo estoy aquí aquí, ¡mírame! puede ser mortal para el disparo certero. ¡Alerta! decía el poeta. Cierro los ojos un instante y siento paz, paz acompañada, paz inmediata, paz instantánea, la que puedo elegir sin trampas y pienso: ¡Alegría! hoy no hay clase de geometría descriptiva.
En estos tiempos que corren, afilar el corazón se hace imprescindible, porque el peor de los virus será la indiferencia. A no perder el pulso. La “bida” tiene estos caminos: convivir o conmorir.
Francisco Ortuño Millán